
Abelitus web


Esperando el alba
Muralla china
Carta a Alfredo
Desde las más infinitas disonancias del sonido dispersado sobre las membranas consabidas, quiero hoy esparcir mi pensamiento en el papel y regalarte mi más inaudito volumen de locura conocida.
A veces, muchas veces, ¡hasta donde hemos llegado!, pienso que me he equivocado, es más, pienso que en casi todos los momentos lo hago. Esta carta es ejemplo de ello. La escribo, es cierto, pero con la idea de que no debiera decir lo que dice. Bien sé que nunca abrazará la distancia.
Querría hablar de amigo a amigo, pero bien sabes, también yo, que soy un amigo muy difícil. Todo ello me duele tanto más cuanto que soy yo, uno más. Si al menos fuese uno más...
Hablo en nombre de aquella amistad de viejos amigos que quedó perdida entre las nubes de la tarde y que cuando bajó a tierra se hizo invisible. Sigue así. Por eso y únicamente en su nombre y bajo sus efectos de condolencia por el baúl no abierto, la escribo hoy. Tampoco quiero con esto decir que la culpa sea de nadie porque es realmente mía y es eso lo que me absorbe y exaspera de una manera heterogénea, desagradable y hasta maldita.
Lo sé. Se lo que piensas ahora mismo. No. Te equivocas de punta a cabo. No existe culpa fuera de mi. Escribo tal y cual pienso. Tal y como es. No pienses ni imagines lo que no pone. Sencillamente lee lo que dice, si es en realidad digno de ser leido.. No vayas más allá. No hay más allá. hablo casi con carne de gallina. ¿Soy yo? ¿Lo soy alguna vez?
Tampoco creas que soy alguien distinto, ni que he variado un ápice o una mota. Soy el mismo de siempre. Por desgracia el de siempre. Y lo digo así con una dureza que hasta el cuarzo temblaría.
Volvería a nacer y a desear vivir para evitar la incongruencia de una vida. Me equivoco en cada momento, en cada acción, Sólo sé hacer algo formidablemente bien: ser hipócrita en el más alto grado. Pienso una cosa y hago, como si fuera el espíritu de la contradicción, lo contrario, para al día siguiente reflexionar y volver a rodar por la misma espinosa ladera y además con la convicción de que más tarde, día a día, mes a mes, seguiré cayendo una y otra vez como algo inservible que el destino mueve a su antojo.
Ahora mismo sé que cuando vuelva a Burgos, seguiré cometiendo los mismos errores de siempre, los mismos fallos. ¿Es que es así el destino? No soy determinista. ¿Me dejo abatir? Está claro que sí.
Recuerdo haber oído de tu boca que te sentías feliz de ser como eras, tal y como eras, con tus aptitudes, fallos y demás. Aún no lo he conseguido. A veces pienso que me hallo cada vez más lejos de su consecución.
Pero hubo un tiempo, al menos lo hubo, algo es algo, en que conocí a un Abel orgulloso, feliz, alegre, contento, capaz, complacido de lo que hacía. En fin, alguien, al menos uno más.
Hasta que fui a estudiar a a Miranda se me conocía como un niño alegre, bromista, serio cuando era el caso, charlatán, cuentista, amigo de todos, seguro de si. Cuando fui a Miranda, Abel se volvió más serio, más meditabundo y cuántas veces no oyó al volver a pisar su terruca lo que había cambiado.
Me dolía mucho porque era como perder a todos los amigos que había tenido. Más tarde. mucho más tarde, volvía a Burgos y esa seriedad se transformó en silencio e hipocresía, los cuales había ido almacenando dentro de mi durante esos años mirandeses. No sólo fui perdiendo eso sino también responsabilidad, personalidad y decisión.
Como puede observarse, cada vez que he ido cambiando de lugar he variado bastante. Ahora tengo sobre mi todos esos fallos que he citado pero además tengo miedo de convertirme en alguien huraño y con una seguridad de cristal, porque también ahora he cambiado de lugar.
Indecisión hasta de echar esta carta. Al menos, eso sí, me ha ayudado a descargar mi inquietud. Siempre he creado a mi alrededor una muralla china infranqueable y en esa barrera reside mi problema.
Barcelona 4 octubre 1984
No te tomes en serio lo que digo arriba porque estate seguro que jamás querré hablar de ello, como sabes soy demasiado introvertido. Gajes de la vida.
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